sábado, 12 de noviembre de 2011

A solas con la soledad.

Un día más, la ironía se apodera de su vida. Una aparente vida feliz teñida de desconsuelo y soledad. Es la historia de un ser cuya vida se disfraza de armonía, cuyo rostro se maquilla de alegría, cuya sonrisa cubre un manto de lágrimas que por dentro todo lo empapa. Pero sus ojos no mienten, lo intenta, pero no mienten. Preciosos, brillan como dos luceros, mas ni por entusiasmo ni por esperanza, sino por luchar para intentar evitar romper a llorar. Su voz, dulce a la par que energética, acalla el susurro melancólico y apagado que desgarra su interior. Dentro de ella, en lo más puro de su alma, sus sentimientos, desesperados, se ahogan en un grito que por sus labios nunca saldrá. En las manos no puede ocultar su ansiedad, uñas y padrastros roídos que achaca a temas de estudio aun sabiendo que no es verdad. Quiere reír, pero solo le sale llorar. Cuando mira y ve toda la hipocresía que rodea a cada ser, comprende por qué su decepción con ellos, consigo misma y con su vida. Con el pasar de los días comprueba que cada corte en sus entrañas se debe a una mentira, de ahí que no sepa si queda o no parte entera. Bendita inocencia piensa, la que nos hacía felices en nuestra tierna infancia. Sentía su cuerpo extraño, una adolescente tan desencantada con la vida como el mayor de sus abuelos. En esa adolescencia su preocupación deberían ser los estudios y labrarse un futuro pero iba mucho más allá, intentar entender el mundo, entenderse ella y buscar el modo de deshacerse de los fantasmas del pasado que, aunque breve, guarda tras de si muchos lastres que la retienen en lo más hondo. Mientras, libra una batalla a vida o muerte por no permanecer a solas con la soledad.

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