jueves, 15 de septiembre de 2011

Frío que quema.

Es todo tan frío, que quema. Como cualquier llama, empieza siendo un mero esbozo, cada vez se aviva más, llega a quemarlo todo, adquiere una fuerza sobrenatural, una fuerza que nadie es capaz de controlar. Pero cuando ya no queda más que quemar, cuando ya no queda a qué agarrarse para mantenerse viva y fuerte, comienza a apagarse, perdiendo fuerza, tamaño y luminosidad. Finalmente, ni rastro de ella, solo ascuas aún incandescentes, entre las que queda alguna esperanza de reavivar lo que en su momento fue lo más poderoso. Mas seamos realistas, si algo de apaga, es difícil volverlo a encender, a veces, incluso, es mejor no querer volver a hacerlo. Ahora solo quedan cenizas, cubiertas por una gruesa manta de hielo que han ido poniendo diferentes gestos, palabras, hielo que sin remedio, el tiempo ha ido colocando, poco a poco pero constantemente. Al principio temblaba de frío, ahora me quemo. Es tanta la frialdad de lo de aquel tiempo, hablo de la pasión, de sentimientos, hablo de palabras, gestos, miradas llenas de esa llama que todo lo puede. Ahora todo eso se ha convertido en el más gélido y fúnebre cementerio glaciar jamás visto. Ando descalza por todo esto, mis pies están llenos de ampollas, llenos de heridas, causadas primero por andar sobre las ascuas que un día quedaron y ahora por pisar ese hielo, que es tan fuerte y tan frío, que ni con el contacto de mi cuerpo se derrite, tal vez es que en mi cuerpo ya no quede nada de calor, puede que mi cuerpo ahora solo sea eso, cuerpo, inerte, que se mueve por inercia, vagando sin un rumbo fijo, pero manteniendo la esperanza de un día, a lo lejos, ver lo que pueden ser unas pequeñas chispas, para solamente, volver a sentir.

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