lunes, 29 de octubre de 2012

Sólo la Luna...

No os habéis fijado nunca, ¿verdad? Decidme, ¿qué ven vuestros ojos al mirar al cielo de Madrid en la noche? Seguro que ven luces de farolas u edificios, un manto de perfecta negrez que se encarga de romper la Luna. Pero sólo la Luna. Llamadme mentirosa pues, alguien dirá que en el cielo de Madrid se ve mucho más que la Luna. Lo admito. Alguna vez conté una, dos, o tal vez tres estrellas que, tímidas, deciden recordarnos que existen. Pero ahora decidme, ¿han visto vuestros ojos una noche cubierta de estrellas? ¿Han observado vuestras almas algo así de hermoso alguna vez? ¿Y vuestros espíritus, se han sentido alguna vez libres al sentirse parte tan menuda de algo tan inmenso?
Yo dormí arropada por un manto de estrellas. Pero no un manto cualquiera, ni si quiera la típica noche estrellada de Hollywood ni de las postales. Aquello fue indescriptible, embaucador, soberbio....tanto que aún cierro los ojos y soy capaz de recordar aquel cielo plagado con miles, millones de estrellas agolpadas, pelándose por un hueco entre las demás.
Madrid es la ciudad que nunca duerme. La noche de Madrid..... la noche de Madrid es una noche que enamora: sus calles, sus lugares, sus rincones, sus callejas, sus grandes avenidas con un continuo flujo de vehículos aún siendo las 3 de la madrugada, sus baretos, sus bares de copas, y esos garitos que descubres cada noche, cada uno con su encanto, cada uno con una historia ya para siempre grabada a fuego en tu retina....qué sería de mi vida sin la noche de Madrid.
No obstante...tampoco puedo olvidar que gran parte de mi ser se lo debo a los millones de estrellas que me han visto amar a 3000 metros de altitud, allí, en un lugar perdido en los Pirineos, entre la frontera española y gala. Al marcharme de aquel paraíso utópico, prometí volver, volver para darle las gracias por hacer de mi quién soy. Fueron cuatro noches, repartidas en dos años. El primero fue sin duda el más revelador, nuevo y fascinante de todos. Aquella primera noche, junto a un lago helado, dejar las botas a un lado, introducirme en el saco, echar la vista arriba y quedarme anonadada y cautivada por la maravilla que contemplaban mis ojos y mi ser. Me sentí el ser más insignificante del universo ante tal magnitud pero, al contrario de lo que supondría esta sensación, eso me hizo sentirme alegre, feliz y realizada. Sonreí. Llevaba alrededor de 9 horas montaña arriba, una ascensión de 2500 metros y todo por gozar de aquel regalo que ponía la vida ante mi. Aquella perfecta noche de estrellas y una Luna que brillaba cual faro al fondo del mar culminó de la mejor que manera que jamás ha terminado una de mis noches. Culminó con aquel "Buenos días princesa" que aún me hace recordar su voz y sentir su tacto. ¿Qué no daría yo por volver a ser aquella princesa con botas de montaña? Las otras tres restantes noches son simples noches de nostalgia y melancolía acentuadas por tal cantidad de estrellas. La última de todas también fue más que especial. Agotada tras 15 días de campamento, 2 marchas y una fiesta aquella noche hasta las 4 de la madrugada. Una vez en el saco volví a mirar arriba y allí estaban, puntuales como cada noche para proteger mi sueño. Y no se conformaron con eso, no. Pasaron 5 estrellas fugaces, a cada cual más hermosa y rápida. Aún recuerdo aquel deseo que susurraron mis labios.
Tal vez alguna vez alguien se pregunte cómo es posible que ame tanto la noche de Madrid habiendo experimentado noches como las de Pirineos. Puede que la respuesta no sea sencilla, o tal vez si.
La primera de todas es que Madrid es la ciudad que me ha visto nacer, crecer, llorar, reír, caerme, es la ciudad que ha visto mis primeros pasos, mis primeras ilusiones así como mis primeras decepciones. Madrid me ha visto enamorarme y llorar por amor, ha visto mi primer beso, y el segundo...y prácticamente todos. ¿Cómo no amar la noche de Madrid? Eso me pregunto yo. Si me apasiona de esta manera, puede ser, tal vez, es que pensar en Madrid cubierta de oscuro, iluminada por miles de farolas y albergando tantas historias en la noche, incluida la mía, me hace sentir que estoy en casa, y que cada una de esas noches será toda una experiencia que me marcará de una forma u otra para el resto de mi vida. Madrid ha albergado en su seno las mejores noches junto a la mejor compañía de mi vida. Ha sido testigo de noches en discotecas, pero sobre todo, y las que más especial y diferente hacen a la noche de Madrid, son aquellas en los bares de los rincones menos pensados, con la/s personas más presentes de mi vida. Cerveza en mano, música buena de fondo y la mejor y más sincera conversación que pueden tener dos personas en su vida. Eso, esa sensación, esa libertad y esa calma, solo es capaz de trasmitirla Madrid.
Ah! Esto nunca se me podrá olvidar. Tal vez en el cielo oscuro de Madrid sólo pueda verse con claridad la Luna. Pero ella es más que suficiente, sirve para acoger los millones de sueños de los millones de personas que dormimos bajo ella. Las estrellas no hacen falta y os voy a decir por qué. Una estrella no solo es ese astro (sol) en una galaxia a millones de años luz cuyo esplendor nos llega en forma de puntitos luminosos por la noche. Para mí, las estrellas, son todas aquellas personas que ya no brillan entre nosotros, en el día a día porque han pasado a brillar allí arriba, tanto de noche como de día, para protegernos siempre y en todo, para que cuando miremos al cielo en busca de respuestas, aprobación, culpabilidad o cualquier otro sentimiento, poder consolarnos sin que lo sepamos. Esas son las verdaderas estrellas, quienes de verdad nos hacen ser y creer en lo que somos.

lunes, 22 de octubre de 2012

Ausencia...21

No hay cosa que más odie que una ausencia en mi vida. Mucho más cuando se trata de más de una. No hablo de ausencias románticas como puede ser un amor no conseguido o frustrado. Hablo de ausencias de verdad. Hablo de ausencias de esas que más se notan cuando peor van las cosas, o cuando revives ciertos momentos, lugares, canciones, fotos, escritos... Hoy os hablaré principalmente de 1 ausencia que nada tiene que ver con el amor, al menos no con el amor de pareja, porque sí que es un tipo de amor. Ya hay alguna entrada más por aquí hablando de ella, de Celia. Ayer, día 21, han hecho 8 meses desde que comenzó a estar ausente y, aunque en teoría lo menos soportable es al principio, para mi, según pasan los meses, noto más que ella ya no esta. Y eso teniendo en cuenta que ya este curso he dejado de estar entre los pasillos de mi instituto y, por tanto, ya no estoy donde estaba con ella. Pero, puede que sea por el tipo de carrera que estoy haciendo en la universidad, cada vez la tengo más presente. Cuando los primeros días los profesores o algunos compañeros me han preguntado el por qué de querer ser maestra, mi respuesta ha sido clara, y es que es algo que llevo deseando desde bien pequeña, una vocación, y que esa vocación y deseo se han visto reafirmados por algunos profesores y una de ellas en particular. Ella, Celia. Siempre dije y supe que era una gran maestra, alguien con vocación, que estaba ahí por y para nosotros, no sólo por cobrar un suelo. Nadie dudaba de que su vida y su eterna juventud se hallaban entre aquellos pasillos, entre nosotros, CON nosotros. A lo largo de los cursos que hice con ella, y durante el resto teniéndola entre los pasillos, me enseñó muchísimas lecciones, y no hablo ni de las matemáticas ni de plástica, hablo de lecciones vitales, morales, sentimentales y un sin fin de aspectos más. Pero había una lección que aún no me había dado nadie, y aunque por desgracia, por suerte fue ella quien me la dio. Tenía que ser ella, no podía ser otra persona. Tras mi madre y mis abuelos, ella ha sido quien más de la vida me ha enseñado, y fue ella quien me dio su gran lección final. ¿Cuál fue? Me enseñó lo grandiosa que puede ser la vida de una "simple maestra". Me enseñó que no hace falta ser Jesucristo para obrar verdaderos milagros, ni tener grandes medios o fortunas materiales. Me enseñó que los milagros se hallan en las cosas más insignificantes y corrientes de la vida, que se hallan en uno mismo en relación y dedicación por los demás. Me enseñó que un verdadero milagro es ser capaz de trasmitir lo que uno es a los demás, poder enseñarles a vivir, a valerse por sí mismos, a dejar de tener miedo o, mejor dicho, a ser capaces de enfrentarse a sus miedos. ¿Cómo lo hizo? De la forma más dura que me han dado una lección en mi vida. Se fue, para siempre, su cuerpo decidió abandonarla. Pero fue precisamente su espíritu y no su cuerpo el que estuvo ahí para aun en ese momento enseñarme algo grandioso. Lo grandioso estuvo en la unión, de hasta las personas más distantes, a raíz de este momento. El verdadero milagro estuvo en que esto nos llevó a cada uno a sacar lo mejor de nosotros mismos por ella, con los demás. Es una auténtica desgracia ver a decenas, cientos de personas llorando entorno a un féretro, no obstante, es hermoso. Es extraordinario ver cómo una persona, en sus escasos 44 años de vida, ha obrado de tal manera que en el momento de su adiós cientos de personas se reúnen entorno a ella y junto a su familia para que nadie se olvide de lo grande de su persona y de lo maravilloso de su vida y de su obra. Ver profesores compañeros, familiares y un sin fin de alumnos y ex-alumnos queriendo estar presentes allí para que, esté donde esté, sienta y vea que su vida fue grandiosa y fructífera, que su paso por la vida de tantas personas ha dejado una huella imborrable, es algo verdaderamente sublime.
Desde aquel fatal 21 de Febrero de 2012 sé que mi profesión y vocación siempre te tendrán como referente, y que dedicaré cada una de mis clases a seguir tu modelo de vida y enseñanza. Mejoraré con cada error y tendré en cuenta cada fallo para siempre mejorar, porque, entre otras cosas, me enseñaste que siempre hay margen para mejorar, ya sea dentro de lo malo o de lo bueno.
Ocho meses después sigues tan presente en mi como durante los 6 años anteriores y, tranquila, ten por seguro que por más que pasen los meses, los años y las décadas, nunca me olvidaré de quién fue una de mi verdaderas maestras.

Fear

No sé si alguna vez habéis sentido un miedo de este estilo. Yo más bien lo llamaría pánico. Creí que nunca me enfrentaría a semejante sentimiento. No es la primera vez que un sentimiento me da miedo, ya lo tuve antes, pero fue un miedo razonable porque se trataba de un sentimiento razonable, lógico....por más descabellado que fuera SIEMPRE estuvo dentro de la norma, de los límites. Esta vez se me escapa de las manos, del entendimiento....se escapa de todo. No soy si quiera capaz de encontrar las palabras adecuadas para intentar explicar todo esto sin que parezca que me he vuelto loca.
Mi corazón, moribundo, vaga por mis entrañas soportando un peso que le lleva a agonizar cada segundo un poco más. Cada minuto pensar que existe añade un gramo más de peso.....con el paso de los días se ha trasformado en kilos, y acabarán siendo toneladas. Llamadme insensata, pero no puedo dejar de hacerlo, es una tortura, algo que acabará por destruirme, pero su recuerdo resulta demasiado dulce a mi ser, es un bálsamo a mi ansiedad, una adicción para mi mente, una perfecta utopía en mi corazón que no quiere despertar y verse en la realidad. He colgado todo mi razonamiento de un hilo por entender todo esto y poder ubicarlo en algún lugar de la razón, de lo normal. Pero lo he dejado por imposible. Puedo luchar contra muchas cosas pero contra eso no. He de admitirlo, es algo completamente ilógico, nuevo para mi, algo que se escapa a mi razonamiento, a mi concepto de lo normal pero, tal vez, sea eso lo que más me gusta. No soy capaz de organizar mis sentimientos, ni de pensar en frío. No soy capaz de abstraerme de mi misma para pensar en todo esto y pensar una solución ya no lógica, sino posible y lo menos dolorosa para mi. Aquí se que no va a resultar herido nadie, nadie más que yo. No tengo planes, ni expectativas de conseguirlo, ni si quiera de intentarlo. No tengo mil soluciones para esto como de costumbre las suelo tener. Mi imaginación y capacidad de síntesis y de razonamiento han decidido fugarse y dejarme sola con esto.

jueves, 18 de octubre de 2012

Culpable de mis anhelos

Dime. Una rosa es hermosa sólo por el hecho de ser una rosa. Una perla es fascinante sólo por el hecho de ser una perla. Un diamante deslumbra sólo por el hecho de ser un diamante.  La luna es bella sólo por el hecho de ser la luna. Un poema agrada, es un poema. Un atardecer encandila sólo por el hecho de ser un atardecer. Pero, ¿tu? Tu eres hermosa, fascinante, deslumbrante, bella, agradable; encandilas, enganchas, enamoras. Tu perfilas cada uno de los deseos de un alma como la mía. Dibujas con tus ojos los sueños más dulces capaces de soñar mi ser. ¿Cómo no voy a admirar tu sonrisa? Dime, ¿cómo? ¿Cómo podría resistirse la luna a verte cada noche? ¿Y las estrellas? ¿Acaso crees que el sol se queda atrás? Puede que se oculte tras las nubes, tan sólo porque se ruboriza al verte, pero cada día acude puntual a entrar por tu ventana y despertarte cálida y suavemente. Me atormenta no ser él, no poder acariciar tu rostro dormido como lo hace él al amanecer. Dichosa la fortuna que tienen todos los astros de poder observarte y proteger tu cielo cada día, cada noche.
No obstante yo también me considero dichosa. No se si a Dios, al destino, a la casualidad, a la vida o a quién agradecerle tu existencia en mi vida pero, sea a quien sea, en mis últimos instantes le daré las gracias por ello. Me considero dichosa al verte, pero sobre todo al poder pensarte. Aún paso noches en vela preguntándome cómo es posible la existencia de semejante ser. Cómo es posible que hasta de tus defectos saques partido. Dime, ¿cómo irradias semejante fuerza y calma con tu sonrisa? El mero hecho de hallarte junto a mi aún siendo más personas consigue ponerme una meta para cada día, y es llegar a ese momento. Una vez que estás tu, estamos todos, la función puede empezar. Mi mayor desgracia, tu ausencia. Acostumbro a tenerte ausente a diario, pero no en los momentos que has de estar. Unas pocas horas de tu ausencia fueron suficientes para dejar en evidencia que te necesito esas pocas horas más de lo que puedo necesitar respirar. Nunca pasó por mi cabeza el hecho de que alguien como tu pudiera entrar en mi corazón, en mis anhelos. Pero tu has cambiado mi vida. Has cambiado mi manera de entender la vida, el amor, a las personas. Has cambiado incluso mi manera de entenderme a mí misma. Tu nombre lleva consigo el descubrimiento de un sentimiento completamente extraño para mí pero ahora tan familiar y necesario que no quiero dejarlo atrás, ni por imposible.  A priori, esto, un tu y yo, no parece difícil, se me antoja imposible. Sin embargo, alguien dijo una vez que los imposibles también existen. Por tanto, tu existes.

Aprender a vivir.

Hubo alguien que un día me dijo que nunca dejase de escribir. Nunca supe el verdadero significado de ese consejo hasta ahora. Durante los últimos meses apenas he escrito. Por unas razones o por otras he dejado de lado esta faceta, he dejado de sentir como sentía antes, o mejor dicho, he dejado de expresarme como me expresaba antes. Sentir, nunca se deja de sentir. Y, como casi cada día de mi vida, he aprendido algo nuevo gracias a esto, y es que no hay mejor placer en la vida que escribir. Me gustan mis seguidores, y que el contador de visitas suba, pero lo que más me gusta, sin duda, es lo liberado que se siente mi espíritu con cada palabra que siente mi corazón, piensa mi cabeza y escriben mis dedos. No sé lo que pensará el resto de personas que conocen a quien me dijo aquello, pero si algo puedo decir, humildemente, es que es una de las personas más cultas y sabias que conozco. Y con ello no quiero decir que haya estudiado 4 carreras, ni sea ingeniera, no. Con eso quiero decir que es una persona que, a parte de estudiar, a lo que se ha dedicado enteramente es a vivir, y a sacar provecho de sus días. Es alguien que no está en el mundo sin más. Tenga la certeza o no de que esta es la única vida que vamos a vivir, se dedica a aprender de ella lo más que pueda, a disfrutarla, a sentirla. Es de esas personas que en vez de correr de una lado a otro se dedica a sentarse a escuchar al mundo. Observa, analiza, es paciente, piensa, siente, quiere y ama lo que tiene. No me encuentro ni a la altura del suelo respecto a tan sabia persona y tardaré mucho en escalar algún puesto al respecto. Para ello, sin duda, solo me queda seguir aprendiendo de ella y de su forma de vivir, sólo he de aprender a vivir.